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"Cuentan que allá por el año 300 o 400 A.C., el grandísimo Alejandro Magno (quizá en una gira a lo Justin Bieber o Madonna) se acercó a Corinto donde vivía Diógenes de Sínope, (el Cínico para los amigos). El mismo personaje que andaba por Atenas buscando, linterna en mano, algún hombre honesto. Vivía dentro de un tonel (no se si es que lo habían desahuciado también a él) y andaba por ahí medio desnudo. No tenía nada pero era enormemente conocido por su sabiduría. Pues bueno, como decía, llegó Alejandro con toda su pompa y fasto. Todos los habitantes del lugar fueron corriendo a ver la comitiva, todos menos Diógenes. Alejandro, extrañado por la incomparecencia del filósofo se acercó al “dudoso” barrio de Craneio, donde estaba la casa-barril del sabio y se lo encontró tomando el sol tan alegremente. Alejandro se puso delante y le dijo “Maestro, Díme que puedo hacer por tí”. Diógenes, serio, levantó la cabeza y le dijo, “¿Podías apartarte un poquitín? Es que me tapas el sol…”. Alejandro se retiró y mientras se marchaba decía a sus generales “En verdad, si no fuera Alejandro, me gustaría ser Diógenes”..
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