OCULTISMO.
En medio de estas ermitas, se descubrió una necrópolis precristiana, confirmando el carácter sagrado de la montaña, vinculada con los cultos a la Gran Madre Tierra... En el centro meridional del Principado de Asturias, en tierras del concejo de Santa Eulalia de Morcín, se halla uno de los enclaves más enigmáticos y legendarios de la geografía hispana; se trata del Monsacro (Montem Sacrum), montaña caliza de 1057 metros, que dispone de excelentes vistas de todo el centro de Asturias; al norte, la ciudad de Oviedo, y al sur la Sierra del Aramo. Para acceder al Monsacro deberá partir de la carretera que parte de San Sebastián de Morcín, y después a pie, desde los 150 a los 800 metros de altura, donde se encuentra la Silla del Obispo; a unos trescientos metros de marcha llegará a dos capillas: la de abajo y la de arriba; ambas instaladas en una suave meseta a media altura de la cumbre, conocida como la Majada de las Capillas; en medio, el Prau (prado) del Ermitaño.El Monsacro, uno de los enclaves mágicos más importantes de la montaña asturiana, por donde convergen dos vías emblemáticas: la Ruta de la Plata y el Camino de Santiago, es el lugar en donde pueden encontrarse algunas de las reliquias más importantes de la religión judeocristiana. Pero vayamos al origen de todo ello.Se cuenta que cuando los persas conquistan Jerusalén en el año 614, se produjo un éxodo general. Las reliquias de la Cristiandad, entre ellas el Santo Sudario, fueron metidas en un Arca de madera y sacadas de la ciudad; es probable que llegaran primero a Egipto, luego a Cartago Nova (Cartagena), Sevilla en el año 636 y finalmente a Toledo. En el año 711 los musulmanes invadieron España, y las reliquias vuelven a viajar, sin destino alguno, y llegan a Asturias, en tiempos del monarca Alfonso II el Casto, siendo guardadas en el Monsacro, generando un caudal de peregrinaciones a esta montaña sagrada; pero, en aquellos tiempos, el Monsacro no era un enclave dedicado al culto cristiano de la Santa Misa.Y fueron los templarios, precisamente, los caballeros quienes, basándose en el hecho de que lo sagrado no es el edificio, sino la tierra sobre la que se levanta, protagonizaron la construcción de las dos ermitas románicas de esta montaña, siguiendo la Bula Omne Datum Optimum, decretada por el pontífice Alejandro III (primer tercio del siglo XII), en la cual se concedía al Temple los derechos en tierras conquistadas al infiel, para la construcción de iglesias y el derecho a celebrar los oficios en ellas (crear cementerios, etc.), pero la única supervisión de San Juan de Letrán, como objeción, que no hubieran pertenecido anteriormente a diócesis cristianas; con ello, los templarios encontraron el camino expedito para levantar sus lugares de culto en aquellos espacios que antes no habían sino cristianizados, y el Monsacro era un enclave que reunía todas y cada una de tales condiciones.