Cuenta una leyenda de la tribu Yanomami que, al principio de los tiempos,
los humanos no sabían llorar.
Vivían con los ojos secos y los corazones cerrados, como piedras caminando, repitiendo lo que veían sin preguntarse por qué.
Entonces, el Gran Espíritu, que observaba desde el borde del infinito, sintió
una pena profunda....