EL NÚMERO DE SU NOMBRE - EL ANTICRISTO (Capítulo 3)
“EL NÚMERO DE SU NOMBRE”
por Pampa Fillol (https://www.facebook.com/photo/?fbid=637571589966106&set=a.625655567824375)
CAPÍTULO 3: EL ANTICRISTO
La consecuencia inevitable del abrupto ingreso y acelerado ascenso de Pablo en la hermandad de los Apóstoles, fue que se formaran dos bandos entre Los Doce. El bando de los puristas, con Juan a la cabeza, quienes nunca creyeron en la conversión de Pablo y defendían la postura de mantener el mensaje tal como lo habían recibido de Jesús. Y el bando de los que se aliaron con Pablo. Este segundo partido terminó siendo el mayoritario, luego de que se unieran a sus filas los dos líderes de los Apóstoles: Mateo, que era el más instruido del grupo y era líder intelectual, y Pedro, que intelectualmente era una piedra, pero era el más batallador y era líder por carácter.
Pablo recurrió al factor común de Roma para persuadir a Mateo, quien antes de ser elegido por Jesús había sido recaudador de impuestos para la corona. Con su ciudadanía romana como gancho, Pablo convenció a Mateo de que entre ellos dos podían entenderse bien. Ambos sabían lo que significaba servir al Imperio, y comprendían que se vivían tiempos convulsionados, que las provincias estaban inquietas, que no se podía salir a decir cualquier cosa, que convenía más bien acomodar el mensaje a las circunstancias, al contexto histórico, a la coyuntura política. Pablo invocó al publicano que había en Mateo, a ese que Jesús había transformado en Apóstol, y logró reflotarlo para su causa.
Pedro, en cambio, se convenció solo. Vio en Pablo la pareja ideal con quien salir a predicar por el Imperio. Un ciudadano romano serviría como escudo, pensó Pedro, para evitar problemas con las fuerzas del orden. Así nació la mancuerna Pedro y Pablo.
La mayoría de los Apóstoles siguió a los líderes, y por lo tanto a Pablo, quien había mutado de romano combatiente a romano político, un adversario contra el cual Juan, mucho más lírico que asambleísta, no tenía posibilidad alguna de salir victorioso.
Derrotado y alarmado por lo que estaba desenvolviéndose frente a sus ojos, Juan acuñaría más tarde el término "Anticristo", al ver que el mensaje original no estaba siendo alterado solamente, sino incluso reemplazado por un mensaje en muchos sentidos opuesto. Pero ese término lo acuñó después, en una de sus tres Cartas incluidas en el Nuevo Testamento. Antes se abocó a la tarea que más urgía y más importaba: salvar el mensaje original, registrar las verdaderas enseñanzas de Jesús en un documento. Y entonces Juan escribió su Evangelio.
Frente a lo cual Pablo contraatacó con tres Evangelios de su lado.
Al ver que Juan se había volcado al papel, Pablo instó a Mateo a devolver golpe por golpe y redactar un documento que rescatara algunas cositas no demasiado inconvenientes de Jesús, pero que sobre todo consignara la nueva versión de la prédica, ajustada a lo que convenía decir, dada la realidad del momento.
A la vez, Pablo les ordenó a dos de sus seguidores, quienes nunca habían conocido, ni visto, ni escuchado a Jesús en persona, que compusieran dos Evangelios más: Marcos, quien había llegado al entorno de Los Doce como aprendiz de Pedro y terminó como compañero de viajes de Pablo, y Lucas, discípulo Número 1 de Pablo.
A pesar de que pasaron a la historia como “Apóstoles”, lo cierto es que entre los nombres de Los Doce --Pedro, Andrés, los dos Santiagos, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Judas Tadeo, Simón, y Judas Iscariote, sustituido luego por Matías--, además de no figurar Pablo, tampoco aparecen Marcos ni Lucas. Ninguno de estos dos había conocido, ni visto, ni escuchado a Jesús en persona, y ambos recibieron la instrucción de lo que debían escribir de parte de un guía que jamás había conocido, ni visto, ni escuchado a Jesús en persona.
Entre los Apóstoles que sí lo eran, hubo otros que redactaron Evangelios, además de Juan y Mateo.
Alentados por Juan para responder a los tres libros pergeñados por Pablo, algunos de Los Doce que habían tomado notas de los dichos de Jesús y que todavía le hacían algo de caso a Juan, aceptaron compilar esas anotaciones en Evangelios. Y también se pusieron a compilar anotaciones algunos discípulos de Jesús que no eran Apóstoles, pero que habían recibido las enseñanzas directamente del Maestro, e incluso se pusieron a compilar anotaciones algunas personas que no eran Apóstoles ni discípulos, pero que habían visto a Jesús de primera mano y querían dejar asentado lo que habían escuchado.
Sin embargo, a la hora de armar el canon final del Nuevo Testamento, a la hora de decidir qué libros serían presentados al mundo como la Palabra de Dios, se eligieron el de Marcos y el de Lucas, quienes nunca habían conocido a Jesús, y se les negó un lugar a más de 50 documentos que había disponibles de autores que sí habían conocido a Jesús.
Estaba claro para Juan lo que estaba ocurriendo: lo que importaba no era lo que había dicho Jesús, sino lo que decía Pablo que había que decir.