EL NÚMERO DE SU NOMBRE - LA REVELACIÓN (Capítulo 1)
“EL NÚMERO DE SU NOMBRE”
por Pampa Fillol (https://www.facebook.com/photo/?fbid=635678233488775&set=a.625655567824375)
(Aclaración previa: Después de años de darle vueltas al asunto, he tomado una decisión. Publicar un libro en papel y ponerlo a la venta es inevitablemente hacer un negocio, y hacer un negocio con esto iría en contra de todo lo que esto significa. Lo que haré entonces con este libro no será exhibirlo en el mercado, sino compartirlo aquí. Lo iré presentando por capítulos, y por supuesto agradeceré los comentarios, pero desde ya pido disculpas porque responderé las consultas al final, cuando haya dado a conocer el libro completo, para no abordar antes de tiempo cuestiones que puedan aparecer en capítulos posteriores).
CAPÍTULO 1: LA REVELACIÓN
Desde el inicio, todo esto me pareció demasiado real para ser real. A los ocho me compraba revistas de arqueología y me hacía la película de que encontraba la Atlántida. Y 35 años después, todo parecía indicar que había descubierto algo no tan grande, aunque tal vez más grande.
Todo parecía indicar... y sin embargo no podía ser. No podía ser tan real. No podía ser que yo tuviera el número ganador. Nadie tiene jamás el número ganador. Nadie gana la lotería. Siempre la gana otro.
¿Por qué se me iba a revelar esto a mí? ¿Quién cuernos era yo?
Pero ahí estaba. “666”. “El número de su nombre”. “La cifra que corresponde a su nombre”, y el nombre “Paulos Saulos Tarsea”. Seis letras, seis letras, seis letras.
Pablo Saulo de Tarso. San Pablo Apóstol.
Y lo peor no era eso. Lo peor era que cuando empezaba a recorrer el espinel, tenía toda la lógica del mundo que San Pablo fuera el Anticristo.
Tanta lógica, que me asusté y huí. Encajoné todo y me olvidé por cinco años.
Traté de olvidarme, en realidad, porque no podía dejar de pensar que había descubierto la Atlántida y la tenía encajonada. Y aunque fuera sólo coincidencia, pensaba, la coincidencia de que “666, el número de su nombre, la cifra que corresponde a su nombre” concordara con el nombre completo de San Pablo en griego, el idioma en que originalmente se escribió el Apocalipsis y todo el Nuevo Testamento, era una casualidad de proporciones tan monumentales, que igual no me dejaba dormir.
Probablemente nunca vuelva a dormir, y todo culpa de Gurdjieff.
Además de la arqueología y los grandes misterios de la humanidad (a la Atlántida súmenle Egipto, etc.), la otra búsqueda de respuestas a lo largo de mi vida fue la vinculada con lo trascendente.
Empecé por la religión del colegio; lo que uno tiene más a mano. En primaria era monaguillo y me aprendía los Evangelios de memoria, y me tiraba de cabeza al Apocalipsis y discutía con los otros nerds de la clase cuál podía ser el significado de “666”.
A mitad de secundaria ya había abandonado el catolicismo y estaba buscando por otro lado.
Me topé con G.I. Gurdjieff en la biblioteca de mi abuelo materno, y no le di bola. Yo admiraba la biblioteca de mi otro abuelo, que era bibliófilo y tenía desde correcciones de galera de Don Segundo Sombra hasta manuscritos de Borges.
Borges me condujo a Oriente, y vi que las cosas podían verse de otra manera.
Mi abuelo paterno murió, su biblioteca se vendió, y cuando murió mi otro abuelo, mi madre me dijo: “Tengo unos libros de Gurdjieff, que alguna vez traté de leer y nunca entendí. ¿Te interesan?”
Y bueno, venga. Nada de lo que había leído en casi 40 años me terminaba de cerrar, así que seguía buscando.
Abrí uno de los libros en una de las páginas, y decía que el hombre era una máquina, y desde esa frase no paré hasta haber leído hasta el último dato que hubieran vertido Gurdjieff y los que recibieron sus enseñanzas. Y vi que esos autores habían rescatado en Oriente un conocimiento antiguo, y luego se habían dado cuenta de que ese mismo conocimiento estaba en Occidente, oculto en los Evangelios, y mi vida completó el círculo. Volví al Nuevo Testamento y entendí que había otra lectura, diferente a la del colegio y a la de misa.
¿Cómo era posible que las mismas frases que me habían enseñado que significaban una cosa, ahora significaran otra, y que por lo general esto nuevo fuera tan distinto de lo anterior?
Releía los Evangelios y era descubrir lo que estaba cubierto en cada línea. Era ver salir a flote lo que estaba en el fondo. Era mi sueño de egiptólogo sucediendo en mi habitación. Suelo llorar por cualquier pavada, así que con esto lloraba torrencialmente. Y buscaba cada vez más... y empecé a encontrar cada vez menos. Encontré que la figura de Jesús, que supuestamente debía ser la única figura protagónica, se iba diluyendo a medida que mi lectura avanzaba en las páginas del Nuevo Testamento, y en sustitución del protagonista asomaba otra silueta, la de un antagonista, que terminaba ocupando todo el espacio.
La silueta de Pablo. ¿Por qué desaparecía lo que estaba apareciendo, y en su lugar aparecía Pablo? Entonces tuve la revelación. Me da vergüenza decirlo, porque parece que me creo un iluminado.