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EL NÚMERO DE SU NOMBRE - LA MISIÓN (Capítulo 2)

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Veröffentlicht auf 25/06/25 / Im Komödie

“EL NÚMERO DE SU NOMBRE”
por Pampa Fillol (https://www.facebook.com/photo/?fbid=636694706720461&set=a.625655567824375)

CAPÍTULO 2: LA MISIÓN

Aunque al principio no imaginé la verdadera dimensión que cobraría esa insistencia suya en alzarse con un título que no le correspondía, lo primero que me hizo arrugar la frente al estudiar el caso de Pablo, tras la revelación --¿o la casualidad?-- de que su nombre completo en griego se correspondiera con el número 666, fue la campaña que Paulos Saulos Tarsus emprendió para hacerse llamar "Apóstol de Jesucristo". A lo largo de sus Cartas en el Nuevo Testamento, Pablo constantemente se refiere a sí mismo como "Apóstol de Jesucristo", a pesar de que no lo era. Para ser Apóstol de Jesucristo, Jesús tenía que haberte elegido personalmente, como hizo con cada uno de Los Doce, y tenía que personalmente haberte enviado a predicar su palabra, como hizo con Los Doce.
El Nuevo Testamento --la parte de la Biblia referida a Jesús, con el Antiguo Testamento como lo anterior a Jesús--, fue redactado enteramente en griego, que era el idioma en el que se escribía en un tiempo en el que todavía pesaba la herencia helénica. El gobierno era romano bajo el Imperio, pero la cultura era griega. En griego, la palabra "apóstol" se compone de "apo", que significa "lejos", y "stellos", que significa "enviar". Para ser Apóstol de Jesús, Jesús tenía que haberte enviado, tenía que haberte "apostelado".
En el pasaje de la Biblia en el que se enumera a Los Doce --Versículos 2 a 4 del Capítulo 10 del Evangelio de Mateo--, aparecen Pedro, Andrés, Santiago el mayor, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo el publicano, Santiago el menor, Judas Tadeo, Simón, y Judas Iscariote, reemplazado por Matías después de la traición.
No figura Pablo.
Y en el versículo siguiente, Mateo agrega: "A estos Doce, Jesús los envió".
A esos 12. Punto. A nadie más.
Pablo apareció en escena años después, cuando ya todo había pasado, cuando Jesús ya no estaba.
En una noche que no puedo evitar imaginarla oscura, Pablo partió a caballo rumbo a Damasco, con la misión que iniciaría un proceso del que ya se ha escrito de sobra como para seguir agregando tinta, y que puede ser sintetizado como el de darle un Imperio a una religión, o darle una religión a un Imperio. Cualquiera de las dos opciones es indistinta para este libro, como es indistinto saber o no si a Pablo en esa misión lo envió Roma, o un poder que estaba detrás y movía los hilos de Roma, o un poder que estaba detrás del poder que movía los hilos de Roma. Imaginen las mamushkas de poderes que les plazca.
La cuestión es que Pablo arrancó al galope, con una misión diferente de las que le habían encomendado antes.
Las anteriores habían consistido en atrapar cristianos. Ahora, el trabajo era más delicado. Esta vez no tenía que capturarlos, sino infiltrarse en sus líneas.
Pablo era el hombre perfecto para la tarea. Su primer nombre solía pronunciarse "Paulus", en latín, porque era su nombre romano. A pesar de ser oriundo de Tarso, una ciudad del extremo oriental del Imperio, muy alejada de Roma, Pablo tenía ciudadanía romana. La había heredado de familia (Hechos 22:28).
Ser ciudadano romano era una prerrogativa muy extraña, en especial para alguien de la región de Cilicia, en la costa sur de la actual Turquía. Pero lo que volvía a Pablo un caso extraordinario, era otra característica suya aún más particular.
Saulo, su segundo nombre, era su nombre judío. La insólita combinación de ser judío y ciudadano de Roma convertía a Pablo Saulo de Tarso en el candidato ideal para este cometido. Su condición de judío le aceitaría el ingreso a la cofradía de Los Doce, y su condición de romano aseguraba su sorda obediencia a las órdenes encomendadas. Orgulloso de sus privilegios, Pablo había adoptado hasta la médula el formato arquetípico del romano: político sagaz puertas adentro, feroz combatiente en campo abierto, y en todo momento fiel, militarmente fiel a sus superiores.
Pablo salió galopando a Damasco, para interceptar a los Apóstoles. Si no los interceptaba en ese lugar y en ese preciso día, jamás iba a poder hacerlo. Allí estaban reunidos Los Doce por última vez.
Damasco, hoy la capital de Siria, era por entones un centro neurálgico en el Oriente del Imperio. Desde ahí partían rutas en todas las direcciones, y desde ahí estaban listos para partir los Apóstoles hacia todos lados, en grupos de dos, para no volver a reunirse. Iban a mantenerse en contacto por carta, pero nunca más iban a verse todos juntos de nuevo.
De modo que Pablo tenía que llegar a tiempo. Y lo consiguió, a pesar de que en el camino se cayó del caballo.
O dijo él que se cayó del caballo.
Cuando encontró a Los Doce en Damasco, la mayoría de ellos corrió a esconderse, quizás con la única excepción de Pedro, que decidió enfrentarlo para acabar de una vez con la pesadilla. Los Apóstoles conocían perfectamente a Pablo, siempre bien montado. El mero chasquido de su látigo en las ancas del equino era un

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